miércoles, marzo 01, 2017

El descrédito de las vanguardias artísticas de Victoria Combalía y otros (Decimocuarta parte)

POR MARIO ROSALDO



1

La utopía estética en Marx y las vanguardias históricas por Simón Marchán Fiz
(pp. 9-45)

CONTINUACIÓN



Esta disociación del arte y la vida comunitaria devuelve a Marchán a «la problemática de la fragmentación»[1]. Como ya hemos visto, esto implica no sólo que nos hable de un tema perfectamente delimitado en la discusión estética, sino al mismo tiempo de la superación de la forma abstracta en que Schiller, Schlegel y el romanticismo la dejan antes de que presuntamente Marx la reconozca y la haga específico-concreta. Todo el párrafo es una repetición de lo ya discutido, sólo que Marchán quiere verlo ahora «desde otro ángulo». Insiste en que Marx «detecta el mismo fenómeno» de la fragmentación a la que se refieren los románticos difiriendo únicamente «en su interpretación»[2]. Contra esta equivocada presunción ya hemos aclarado —remitiéndonos a Marx y su base real— que su trabajo no consiste en corregir el significado o el sentido de las palabras (las categorías) de la filosofía clásica alemana ni del iluminismo francés, sino en confrontar los conceptos tradicionales y los de la teoría económico-política con la realidad de la naturaleza y el ser social (el ser humano). Esta fragmentación o «escisión de las actividades humanas», según Marchán, «cristaliza, aquí, en la enajenación»[3]. Ese «aquí» sería la «interpretación» de Marx. Junto a esta afirmación, hay un intento serio de Marchán de mostrar a Marx como su referencia, pues alude al concepto de hombre total que aparece en los Manuscritos, sólo que la «relectura»[4] marchaniana del concepto no nos lleva al hombre de carne y hueso, que es la condición previa o el prerrequisito real del que arranca Marx, sino a dos discusiones opuestas entre sí, a saber: la de que todo hombre particular es a la vez hombre universal, tanto porque pertenece a la especie como porque es capaz de concebir una «totalidad ideal» a partir de una referencia real (la comunidad, la sociedad), y la de que entre la determinación económica «en última instancia» y la superestructura o ideología —entendida erróneamente como conciencia, falsa y verdadera— debe mediar un número, acaso infinito, de «instancias». La primera proviene de los Manuscritos[5], pero la segunda nos remite a Althusser, a la interpretación y la presunta actualización que éste hace de la obra de Marx, en especial del modelo de la sociedad capitalista, teniendo por referencia principal la interpretación y la adecuación a la realidad rusa que Lenin lleva a cabo, no el objeto real original que determina la investigación y la exposición de Marx[6]. Aunque al comienzo del ensayo admite que Althusser parece anacrónico, Marchán lo entiende mejor de lo que ha podido entender a Marx, pues emplea los conceptos althusserianos de «problemáticas», «mediaciones» o «instancias» justo como el mismo Althusser. En cambio se aparta un poco en el concepto de estética, que Althusser supone exclusivamente en la ideología en cuanto «lugar de una controversia y de un combate donde resuenan sorda o brutalmente el ruido y las sacudidas de las luchas políticas y sociales de la humanidad»[7]. Para Marchán, la estética se ubica en una región autonómico-relativa de la ideología, vinculada necesariamente a la práctica histórica del arte, de ahí que hable de una problemática específica de la estética como campo general del estudio de la actividad artística. La probable razón por la cual Marchán no cuestiona las presuntas modificaciones realistas que Lenin impone a la teoría Marx-Engels, implícitas en las propias de Althusser, sería que Marchán mismo se muestra interesado en la actualización, en la puesta al día del debate marxista, por lo menos en lo tocante a la estética y a lo que él llama los «problemas de la especificidad de los lenguajes artísticos», que se habrían dado sobre todo desde el final de la década de los sesenta[8]. La desaparición de la referencia real de Marx en el debate marxista, que se ve desplazada por las actualizaciones o las nuevas realidades que surgen con cada época y cada intérprete, lector o traductor, va a permitir poco a poco que se pueda estudiar la obra desconectada de la realidad y referida exclusivamente al significado de las palabras o como fenómeno puramente epistemológico. Con aparente apoyo en Sánchez Vázquez, nuestro autor parece salvar este escollo al hablar, además de epistemología, de una práctica histórica en general y otra artística en particular. Sin embargo, la deformación provocada por la introducción de una referencia extraña e incorrecta en la exposición de Marx, impide que Marchán pueda entender cabalmente los pasajes que parafrasea, de tal suerte que termina haciendo de ellos una grotesca caricatura, que si bien corresponde a las necesidades de la «relectura» —de la interpretación y la actualización— ya no es en verdad lo que Marx nos refiere.