POR MARIO ROSALDO
El hecho de que Kenzō Tange haya ido a Francia y visitara L'Unité en 1951, se puede explicar apelando a dos razones: la primera, le habría inspirado su maestro Kunio Maekawa quien era seguidor de Le Corbusier; y la segunda, la influencia arquitectónica alemana en Japón parecía entonces imposible, en parte porque los principales arquitectos alemanes habían emigrado a los EE. UU., pero también porque la situación en la que se encontraba la Alemania vencida y dividida era tan grave como la del Japón; además, el modelo francés, un tanto neutral por la política independiente de Charles De Gaule, debió perfilarse como la opción más idónea. En 1960, cuando se proclama el manifiesto metabolista, Tange tiene 47 años y es maestro de varios arquitectos influyentes, pero es Kishō Kurokawa quien acaba siendo el líder del movimiento. Se dice que el organicismo está en la base del proclamado metabolismo, pero la explicación biológica delimita dos procesos diferentes. La constitución orgánica no es la misma que la transformación metabólica. La idea del organicismo en arquitectura es crear una forma que no sea accesoria, sino resultante del mismo material, como ocurre en la naturaleza. Las ramas y las hojas del árbol no son un adorno, son parte esencial de su vida vegetal, tienen una función específica y al mismo tiempo son manifestación de su crecimiento y transformación diaria. La idea del metabolismo arquitectónico en cambio alude a la transformación parcial o total que una entidad puede experimentar en su estructura: es la concepción de una arquitectura que puede seguir creciendo, expandiéndose, reproduciéndose, pero más como una máquina que como un ser vivo. El principio orgánico de expresar en la superficie de la materia el espíritu, la fuerza interior o el contenido esencial que la constituye, se convierte en el metabolismo en una derivación o multiplicación mecánica de la materia sólo en cuanto forma.