lunes, julio 28, 2014

El Laocoonte de Gotthold Ephraim Lessing*

POR MARIO ROSALDO




PRIMERA LECTURA (2005)

Laocoonte[1] abre varios temas que están puestos hoy día, aunque a veces sólo de manera implícita, en el debate. Pero uno atrae más nuestra atención, la descripción poética o pictórica de la belleza. La exposición de cómo la describe un poeta, por su efecto, es en verdad deslumbrante. Y nos lleva al estudio de la belleza en los poetas y artistas, y esta división es del propio Lessing. Es decir, si queremos tener una idea de cuál era la visión o la impresión de la belleza en los griegos, Homero y los poetas, o los artistas plásticos, podemos valernos de la literatura que ha llegado a nosotros, y de los originales o las copias de esculturas y pinturas que se salvaron. No es que nadie nunca lo haya hecho. Es que hay que preguntarse cómo se llegó a este o aquel concepto; cuál es la parte de la realidad que hizo posible la forja de un concepto como el de la belleza, por ejemplo, en un poema tan antiguo como el de La Ilíada. Helena de Troya se yergue como la prueba fehaciente que establece que la belleza ya era un concepto[2] en esa llamada, no sin prejuicios modernistas, edad media griega. La antigüedad del concepto fácilmente puede llevarnos a Mesopotamia y Egipto, a menos que podamos separar el concepto de la belleza de los vestigios arquitectónicos, urbanos, cerámicos, etc., es decir, de la cultura material de esos pueblos. De hecho, el problema —según nos lo hace saber Lessing— no era ya para Homero una discusión acerca de la belleza, sino el de su aplicación, o más exactamente, el de su representación adecuada en una epopeya. Es más, Homero nos transmite una tradición oral que en sus manos cobra vida y no sólo forma. Esto es, eran ideas, visiones o conceptos que se habían discutido ya. Homero recoge ese rico material y pone con su trabajo, su talento, no fin al debate, sino el principio de éste en la posteridad.