POR MARIO ROSALDO
No hay mejor forma de convencer a alguien de la solidez de nuestra argumentación que usando un “concepto tapón”, uno de esos que no nos deja ninguna otra salida, ninguna otra opción para refutar el punto de vista del oponente. En la charla coloquial esto resulta hasta divertido y motivo de orgullo por haber dejado sorprendido y sin habla al contrario. Argüimos alegre y despreocupadamente que algo se puede o no se puede hacer por “razones pragmáticas”, y con ello queremos decir todo; que hay que rendirse ante los “hechos”, ante la “realidad”, ante las “circunstancias”, o ante los “límites” de la naturaleza humana y sus capacidades. Y, más por intuición que por razonamiento, entendemos por “realidad” o “circunstancias” las condiciones económicas en que vivimos, que ocasionan pensamientos de tipo utilitario, oportunista, competitivo, optimista o pesimista, y demandan en consecuencia actitudes acorde a ellas. En tanto que con “límites” de la vida o de la naturaleza humana nos referimos a la condición humana sujeta al egoísmo y los violentos conflictos sociales que genera, una condición que damos por hecho es imposible de cambiar. Aceptamos, así, que las condiciones económicas, sociales o humanas nos determinan y que no hay más alternativa que ceñirse a ellas. Claro que si el amigo con el que discutimos no coincide con nuestro enfoque “pragmático”, él podrá asumir y defender todos los puntos de vista contrarios. Y tal vez terminemos disgustados y sin ganas de volver a discutir por un buen rato.