sábado, noviembre 10, 2012

Crítica científica e investigación literaria

POR MARIO ROSALDO



Dentro de nuestro estudio del libro Diseño, sociedad y marxismo[1], de Rafael López Rangel, nos hemos detenido en el apartado «Estructura social y el combate de Marx y Engels al reduccionismo económico»[2]. En nuestro cuaderno de octubre, hemos transcrito la carta de Engels a Bloch (1890) para poder estudiarla en detalle. Lejos de ver confirmados ahí los argumentos de López Rangel, hemos notado lo que parece ser una omisión voluntaria de éste, o un menosprecio aconsejado por sus intereses, si se prefiere, en lo que toca al énfasis que Engels pone en la determinación económica, a pesar de que reconoce la «influencia» de la ideología en «el curso de las luchas históricas». Como en esa misma carta Engels aconseja estudiar El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte[3], para corroborar el uso que Karl Marx daba al modelo de la superestructura y la base económica, nos hemos ido a ese escrito para tratar de dirimir esta controversia interpretativa.

Desde nuestras primeras lecturas en los ochenta, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte nos pareció un texto muy particular, pues podía apreciarse, más que en su investigación, en su exposición: exacto y mordaz, pero de ningún modo economicista. Con todo, nunca lo habíamos estudiado en relación a la carta de Engels, y menos en relación al enfoque el cual supone que entre base real y superestructura existe un juego y rejuego, una codeterminación, una dialéctica. Nuestro interés entonces nos impedía ver este aspecto práctico del texto o pensar siquiera en la importancia de la investigación implícita. Desde hace unos ocho años a la fecha, hemos vuelto al texto cada vez que ha sido necesario para corroborar las afirmaciones de teóricos como Lenin o Lukács que tienen que ver con el concepto de la ideología. Ahora estamos a la mitad de ese estudio práctico sugerido por Engels, de suerte que todavía no podemos dar una opinión definitiva acerca del «contenido» y desde luego acerca de la «forma» de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, pero queremos adelantar aquí algunas ideas provisionales que este «contenido» y esta «forma» nos han inspirado.

Para comenzar, Marx juega ahí con la terminología. Toma en préstamo, por ejemplo, los conceptos de forma y contenido de Aristóteles, o la explicación idealista de que no son los actos de los hombres los que determinan su vida sino la suerte, el azar, o una voluntad superior. Pero no para asumirlos como tesis propias, lo hace solamente para referirse en un lenguaje irónico —familiar y accesible a la vez para el filósofo, el literato y el público en general— a los acontecimientos y las simulaciones de los mismos que tuvieron lugar durante la revolución francesa de 1848-1851. Asimismo, antes de sujetar su estudio histórico a la terminología que ya había podido desarrollar tanto en La ideología alemana y Miseria de la filosofía como en Trabajo asalariado y capital, Marx emplea el discurso político conocido hasta entonces en Francia, en el cual las distintas clases aparecen caracterizándose ellas mismas como aristocracia, nobleza, burguesía financiera, burguesía industrial, grandes burgueses, pequeños burgueses, clase media o, en términos partidistas, como demócratas, republicanos, monárquicos y realistas. Pero no lo adopta ni lo presenta como su teoría, lo que hace es denunciarlo como un discurso fraudulento, teatral o ilusorio.

Marx expone en esta obra las circunstancias y las condiciones en las que el acontecimiento y la farsa se desarrollan puntualmente. Según va haciendo una lenta y progresiva descripción de la lucha de partidos, yendo de lo general a lo particular, de lo abstracto a lo concreto, Marx va estableciendo también una caracterización entre lo que los revolucionarios franceses viven entonces como un hecho histórico o una hazaña, pero es una farsa, una escena teatral, y lo que es el acontecimiento, el cual deriva de las acciones y los móviles reales de los bandos en pugna. Para caracterizar a los partidos o los personajes de la farsa, Marx recurre a un lenguaje entre literario y científico (una forma peculiar de crónica periodística)[4]. Este recurso le permite ciertas concesiones críticas, que pueden ser tenidas por «juicios de valor», o simples «recursos retóricos», pero que no restan validez a las observaciones científicas del estudio, pues éstas no se fundan en aquéllas.

Esto es posible gracias a que la exposición de Marx no se construye improvisadamente, ni especulando sobre lo que debió haber sucedido o lo que debió haberse hecho, sino sobre la base de una investigación histórica general, que deriva, unos años antes, en una explicación científica de lo que es la «enajenación» de los individuos en las actuales condiciones de existencia. Nos referimos, por supuesto a su teoría de la base real y la superestructura[5]. Esta investigación general, fue derivando asimismo a casos particulares de estudio, como los de la Contribución a la crítica de la economía política de 1857, los Grundrisse de 1857-1858 y El Capital de 1867. El mismo El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte cuenta con una investigación exhaustiva propia, sin la cual ninguna generalización habría sido posible. Pero la generalización ahí es sólo el punto de partida de la exposición; de hecho, el objetivo de este escrito de Marx no es idealizar conceptos, personajes, actitudes, ni circunstancias, sino presentar las acciones humanas en su real dimensión, en su forma concreta, sin distorsiones intelectuales.

El recurso de la caracterización, pues, no es exclusivamente literaria, en ella entra en juego también la observación científica. Lo que hace la caracterización es diferenciar entre la forma aparente o circunstancial y el contenido real, la existencia material. La farsa recibe el tratamiento como discurso mismo, el acontecimiento como la acción práctica que genera ese discurso que la encubre y la hace aparecer fantasmagórica. Todos conocemos las dificultades de percibir directamente la realidad individual y social, por eso Marx se esfuerza para comunicarnos las diferencias entre lo histórico, o real, y lo aparente, o ilusorio, contrapunteando en la caracterización lo absurdo y lo congruente. Podemos decir que los adjetivos que Marx dirige a los partidos de los revolucionarios franceses, no sólo aparecen en el escrito porque corresponden al humor o la impaciencia de un hombre de carne y hueso, ni, generalizando hasta la exageración, porque son propios del sentir de una época, el siglo XIX, sino también porque expresan la certidumbre del que parte de una base real.

Esta percepción del manejo que hace Marx del lenguaje literario-científico en la exposición de su análisis histórico, nos hizo recordar nuestras lecturas —pasadas y recientes— de obras donde la investigación literaria tiene el papel central, como son los casos de El imperio perdido[6] de José María Pérez Gay, Jorge Cuesta: crítica y homenaje[7] de autores varios, —participantes algunos de ellos del «Simposium en homenaje a la Vida y Obra de Jorge Cuesta» que tuvo lugar en la ciudad de Xalapa, Ver. en 2003— o De los libros al poder[8] de Gabriel Zaid; casos a los que, por supuesto, pueden sumarse muchos otros más. Este recuerdo de nuestras lecturas llega a nosotros asociado a las preocupaciones que han manifestado los filósofos y los literatos, o los estudiantes de filosofía y literatura, respecto a la unidad o la separación que media entre ambas actividades profesionales. A algunos de ellos les basta con creer, sentir o elegir la unidad para apostar por ella y defenderla a capa y espada. A otros les hace falta demostrarlo a través de una seria argumentación y la publicación de un artículo, un libro o de una serie de ellos; tratan de probar que el conocimiento es uno solo: literatura = filosofía = ciencia, o viceversa.

En un principio llegamos a preguntarnos si esta diferencia básica entre investigación y exposición, que permite acudir a un lenguaje literario, o cualquier otro lenguaje, sin poner en riesgo el fundamento científico de la investigación, no estaría presente también en los libros mencionados. Para corroborar esta idea, hemos intentado resaltar las diferencias que pudieran haber entre la exposición literario-científica de Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte y la literaria-biográfica de Pérez Gay en El imperio perdido, y de tres de los escritos que aparecen en Jorge Cuesta: crítica y homenaje: «Discurso a la memoria de Jorge Cuesta» del recién fallecido Miguel Capistrán, «Semilla de Cuesta, del canon poético al canon crítico» de Malva Flores, y «Cuesta y la educación socialista» de José Carlos Blázquez Espinosa, que es tanto histórica como literaria y biográfica. Aunque sólo nos proponemos hacer un primer bosquejo de estas diferencias, dejaremos para otra ocasión los comentarios que merece el libro de Zaid, pues nos parece que demanda un estudio aparte, no sólo porque no es un trabajo biográfico como los mencionados, ni sólo porque éste es un ensayo histórico más general, sino además porque su tesis supone ser una crítica al racionalismo y al realismo desde un punto de vista pragmático, político, o si se prefiere, extra-literario.

Comencemos. La primera diferencia a tomar en cuenta es la separación que Marx marca entre investigación y exposición, entre investigación realista y exposición literario-científica. El estilo de exposición actual, entre cuyos representantes están Pérez Gay, Capistrán, Flores y Blázquez Espinosa, muestra, por lo contrario, el efecto «empírico-racionalista» que ha sufrido el discurso filosófico-literario cuando menos durante la segunda mitad del siglo XX, pero que tiene sus raíces en el origen mismo de esta pugna filosófico-científica del fin de la Edad Media y del inicio del Renacimiento. Este efecto es la tendencia a creer que la lógica es el método por excelencia de la ciencia, o a creer que el racionalismo filosófico es exactamente igual que el razonamiento científico, y que, «por tanto», el logos sigue siendo la realidad, o lo racional sigue siendo lo real. Es la tendencia a decir que, si creemos algo, debe ser porque es real; que, si lo pensamos, debe ser porque existe. Por eso, mientras Marx rechaza todo este idealismo, Pérez Gay lo asume como su necesario punto de partida y con esta asunción rechaza la especialización de la crítica literaria y aboga por la verdad personal, aboga por la voz interior del literato, que sólo él puede sentir, escuchar y obedecer: su vocación.

El rigor de la investigación de Pérez Gay no es científico sino racionalista. Está a favor de no dejar de lado el rompecabezas de los hechos culturales. Considera que es preocupación —si no tarea— del crítico literario el armado paciente de esta «pedacería» cultural. Este armado al que se refiere Pérez Gay, a diferencia de la restauración que lleva a cabo un arqueólogo, no tiene lugar en la experiencia, en la vida, en las acciones prácticas de los hombres, sino en la conciencia personal, y por ello en la obra intelectual, en la literatura, en la narración, que es expresión plena, y asumida, de la subjetividad del crítico, de su mundo interior o psíquico, que —por lógica— se opone al mundo exterior o físico. La elección entre un enfoque científico u otro racionalista no es motivo de discusión ni en la investigación ni en la exposición de Pérez Gay, pues se entiende que aquella elección no es para él más que un acto íntimo, personal, o necesariamente parcial; sobre todo cuando se trata del estudio de autores[9] que ni buscaban el rigor científico, ni hacían otra cosa que no fuera exponer y compartir puntos de vista puramente personales. Este acto íntimo es el que decide cómo debe investigarse y exponerse, a saber, abogando por la cultura y mediante la narración, no mediante el ensayo, ni histórico ni teórico.

La narración será el recurso que permitirá unir las piezas del rompecabezas de manera coherente, convincente y fluida, pues en ella, aquello que puede deducirse o suponerse libremente, alcanza una validez que no tiene en un trabajo científico. Pareciera que Pérez Gay no renuncia del todo a la objetividad, porque reconstruye muy hábilmente el pensamiento de los cinco autores austriacos y las condiciones políticas y culturales en las que viven, sin embargo, hay que notar que el énfasis está puesto en los aspectos subjetivos o personales, los cuales, en las mentes de los individuos, parecen reinar sobre las condiciones sociales de existencia. Los autores viven el fin de una época, y se ven arrastrados por ella, mas no sólo porque sus vidas están atadas irremediablemente a la caída misma del imperio austro-húngaro, no sólo porque nación e individuo forman, de algún modo inexplicable, una unidad indisoluble que se manifiesta en los sentimientos y los impulsos que comparten, más que en los razonamientos que aprenden, sino también porque sus aspiraciones más profundas hacen posible que esto suceda.

Capistrán, por otro lado, aunque nos confiesa que su investigación acerca de la vida y la obra de Jorge Cuesta no pudo despegar realmente sino hasta que tuvo el entrenamiento adecuado de investigador, esto es, hasta que supo reconocer la importancia del rigor y la objetividad en la investigación durante su formación universitaria, también reconoce y enfatiza que fue el azar, el encuentro fortuito con las personas que le aconsejaron o le dieron las pistas que debía seguir, el que jugó en su trabajo de investigador el verdadero y definitivo papel central. De hecho, por lo menos en su exposición, la reconstrucción que hace de este trabajo de investigador es el de una aventura que comienza en su infancia con una intuición, que se convierte en obstinación en la medida que él va creciendo. Para Capistrán, lo fundamental es esta intuición, esta revelación personal de una verdad, de una inteligencia extraordinaria, que debía existir en alguna parte; verdad e inteligencia a las que él se sentía atraído por alguna razón desconocida y cuya recuperación material se imponía él como objetivo vital. De acuerdo a su exposición, el rigor y la objetividad de la investigación estarían supeditados al azar, a la aventura, a ese primer impulso, a esa primera intuición; en una palabra, la ciencia es accesoria, apenas un complemento. Desde luego, este punto de vista es idealista. La crítica de Capistrán es modesta, apenas se insinúa, y se dirige más bien contra la maledicencia. No parece tener nada que agregar ni contradecir a las ideas de Cuesta y los contemporáneos[10].

Por su parte, Malva Flores, siguiendo el protocolo académico-racionalista, mezcla la investigación con la exposición y confronta el dato histórico con la reflexión del intelectual. Funda su argumentación en conceptos a los que toma por universales («Vida y Patria», «Estado», «poeta intelectual», «intelectual independiente», «vida pública», «tradición crítica», «historia poética», «ideólogos», etc.), o que podrían ser captados sin dificultad tras su correspondiente definición lógica. La historia como acontecimiento, como banco de pruebas, no hace su aparición. Estamos en el mundo de las ideas, de las ideologías y de las críticas a las ideas en cuanto ideologías, en el mundo del trabajo intelectual entendido como actividad pura del espíritu, de la inteligencia. Desde este mundo, pero sin salirse de él, Flores ve surgir la figura del poeta intelectual, capaz de invadir con sus puras ideas el mundo de la actividad política, de la vida pública, de la vida práctica y material, que las divisiones de clase y del trabajo han separado acaso absoluta e irremediablemente. Se impone a este poeta intelectual un deber moral que viene de la poesía misma como actividad crítica tradicional, como corriente de pensamiento independiente, puesto como mediador entre el Estado y el ciudadano, entre la experiencia y la conciencia. Como crítica, Flores aboga por esta mediación, por este papel intelectual activo e independiente de las nuevas generaciones de poetas.

No muy lejos del idealismo de Pérez Gay, Capistrán y Flores, Blázquez Espinosa presenta un ágil ensayo que ha extraído de su tesis de licenciatura[11]. Le interesa exponer, por medio de la argumentación, la cual apoya en una investigación exhaustiva de la vida y la obra de Jorge Cuesta, la compleja evolución histórica de la cultura nacional, en un período que se extiende, por lo menos, desde el momento en que Cuesta se ve obligado a rechazar públicamente el proyecto de una educación socialista hasta las influencias asumidas hoy día por los poetas o literatos que se precian de ser intelectuales independientes. Blázquez Espinosa trata de demostrar que existe una firme base documental para aceptar como acertada la teoría literaria según la cual es Cuesta el primero de los intelectuales mexicanos modernos; de paso, se pregunta las razones por las que Cuesta argumenta con tanta vehemencia en contra de la educación socialista. La crítica de Blázquez Espinosa nos muestra a un Cuesta que oscila entre el ideal humanista de la Edad Media y el ideal científico de la Edad Moderna, entre el rechazo de toda influencia política en la educación y la aceptación de que los científicos, los artistas y los humanistas sean los que den contenido a ésta, él mismo entre ellos aspirando a apoyar una nueva política oficial.

Hablando en general, este primer acercamiento a la investigación literaria nos ha mostrado que en ella la elección del método y el enfoque está influida por la corriente dominante de pensamiento, que se ha abierto paso desde los siglos XIX y XX, y que en nuestros días se presenta bajo una nueva forma, supuestamente más realista y más científica que el pensamiento revolucionario, en la medida que no desdeña —como se argumenta que éste hace— la parte espiritual, metafísica y sentimental de la naturaleza humana. En el fondo de esta polémica está la lucha por la supervivencia como individuos y como clase social. Así, el filósofo, el artista y el literato abogan por su propia causa, esto es, por volver a tener un papel relevante en el desarrollo económico y cultural de la sociedad burguesa como alguna vez lo tuvieron durante el Renacimiento, en la sociedad señorial. Desplazados en un inicio por el científico, el ingeniero y el político, han vuelto a conquistar nuevas posiciones —sobre todo a partir de las crisis sociales de las posguerras de 1918 y 1945— argumentando, como antes lo hicieran los románticos ingleses, que sólo ellos pueden ser los intermediarios entre la razón y el afecto, entre la ciencia y la religión, entre las élites y las masas, pues creen gozar de una posición privilegiada, de una casi absoluta independencia intelectual. En realidad, como individuos y como artistas plásticos, los arquitectos no estamos exentos ni de esta determinación de la naturaleza y de la sociedad, que nos lleva a producir medios de vida, ni de la influencia ideológica, que nos hace creer que luchamos por fines elevados y puros. Y si esto vale para todo individuo que forma parte de la actual sociedad, también vale para nuestros literatos o intelectuales, aunque se aparten del vulgo.

En lo particular, este primer acercamiento a la investigación literaria nos ha dejado más preguntas que respuestas, y el ánimo de leer más textos de Flores[12] y de Blázquez Espinosa. Nos parece que todavía son autores en crecimiento. El ensayo de Flores todavía es el bosquejo de un plan muy ambicioso. Blázquez Espinosa, es más práctico y elige un tema mucho más conciso. Ambos son tímidos en sus críticas. En cambio, Pérez Gay nos muestra un trabajo de madurez, que ha sabido decantar en una exposición biográfica, que sin ser novelada, nos mantiene atados al hilo de la narración. Es admirable la forma en que profundiza en cada uno de los aspectos sociales y psicológicos que sugieren y perfilan uno a uno los retratos de sus biografiados. El contraste entre el ambiente social y la personalidad de cada uno de ellos agudiza los rasgos que, aun siendo fatalistas, terminan por consagrarles como dignos representantes de la literatura mundial. Queremos creer que esta misma madurez, que lleva a Pérez Gay a pronunciarse por el enfoque cultural, también le lleva a exteriorizar críticas nada sutiles al psicoanálisis y al marxismo. Los autores que él estudia parecen haber asido desde temprano un ideal irrenunciable, al que por lo mismo permanecerán unidos hasta el final de sus días. No sabemos si este es el caso de Pérez Gay, de Flores o de Blázquez Espinosa, pero sí el de Capistrán. Su «Discurso a la memoria de Jorge Cuesta», por cierto, también es un trabajo de madurez.



-----------------------
NOTAS:

[1] López Rangel, Rafael; op. cit.; Editorial Concepto, México, 1981.

[2] Ibíd.; p. 33 y ss.

[3] Marx, Karl; op. cit.; Editorial Progreso; Moscú, s.f.

[4] Marx hace alusión a la forma literaria de personajes reales, y a la representación literaria-filosófica de que la vida es una apariencia engañosa, para acentuar el tono irónico y el contraste entre la farsa y el acontecimiento, esto es, para hacer más comprensible la presentación de su crítica, no para adherirse a las tesis literario-filosóficas implícitas.

[5] Aparece una referencia a esta teoría en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852), casi con las mismas palabras con las que aparecerá siete años más tarde en el famoso prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política (1859).

[6] Pérez Gay, José María; op.cit.; Ediciones Cal y Arena; México 2010.

[7] Cuéllar, Donají (Coord.); op. cit.; Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias; Universidad Veracruzana; Xalapa, 2008.

[8] Zaid, Gabriel; op. cit.; Colección Contemporánea; Debolsillo/Random House Mondadori; México, 2011.

[9] Hermann Broch, Robert Musil, Karl Kraus, Joseph Roth y Elias Canetti.

[10] En su libro Los Contemporáneos por sí mismos, Capistrán también dirige una modesta crítica a los nacionalistas que habían sido incapaces de comprender la raíz humana del universalismo de Cuesta y los contemporáneos. Prefiere dejar que sean éstos los que se defiendan solos. Op. cit.; tercera serie, Lecturas Mexicanas 93; Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; México, 1994.

[11] Blázquez Espinosa, José Carlos; Jorge Cuesta. Inteligencia en llamas (Una aproximación desde la historia cultural); Tesis presentada para obtener el grado de Licenciado en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras y el Colegio de Historia de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; mayo de 2002.

[12] De Flores nos interesa leer sus ensayos: El ocaso de los poetas intelectuales y la «generación del desencanto», (Universidad Veracruzana, 2010) y Viaje de Vuelta. Estampas de una revista (Fondo de Cultura Económica, 2011).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Exprésate libre y responsablemente.